sábado, 5 de marzo de 2011

CAURA: De Maripa al Salto Para

“Noble cosa es, aún para un anciano, el aprender”
Sófocles


Si planean echarse una escapada para visitar un lugar diferente y muy especial acá mismo en Venezuela, les invito a pensar en el río Caura, mi favorito entre los tantos que he tenido el privilegio de navegar, con un cauce de 730 kilómetros, una cuenca hidrográfica de 45.336 Km2, una extraordinaria riqueza natural y un majestuoso paisaje que nada tiene que envidiar a otros en el planeta. Entre otras de sus peculiaridades, es de color té, aunque muy cristalino, debido a que se alimenta de las aguas de la selva amazónica, ricas de una sustancia que se llama “tanino”.

Además, a lo largo del río Caura, el tercero en el país por su caudal y el segundo afluente más importante del Orinoco, nos encontramos con una diversidad étnica representada especialmente por los indígenas de la etnia Ye´kuana, o “Gente de Curiara” en su lengua, excelentes navegantes y mejores defensores de la herencia de sus antepasados.


También encontramos a los Sanemas, con quienes los Ye´kuanas pueden compartir territorio, pero jamás mezclarse para formar familias. Al parecer, una antigua rencilla selló un pacto que pareciera seguir vigente. Cuenta la leyenda que antes de la época de los colonos, los Sanema, pequeños de tamaño pero con tremenda fortaleza física, les robaban a los Ye´kuana sus mujeres y sus niños. Luego de tanto pleito, el pueblo Ye´kuana armó una inteligente estrategia de guerra y terminó derrotando a su contrincante en la última batalla. El vencedor sería por siempre el jefe, y el perdedor, su sirviente.


En Maripa, capital del Municipio Sucre del estado Bolívar, embarcamos la curiara que nos llevó a El Playón, donde Cornelio y su gente tiene un campamento turístico que opera la Cooperativa Yajimadü, que es el nombre de la embarcación de un navegante muy respetado por el pueblo Ye´kuana.  Es cierto que tanto el Ye´kuana como el Sanema tienen aún mucho que aprender para convertirse en operadores turísticos de primera línea, sin embargo, hacen su mejor esfuerzo por organizarse, aprender inglés para atender a los turistas extranjeros, y manejar conocimientos de botánica para satisfacer la curiosidad de los visitantes. Como baquianos de la zona, de sobra está decir que a pesar de las limitantes, son los mejores.


Entre Maripa y El Playón hay 220 kilómetros que se navegan sorteando algunos raudales, por lo cual es recomendable colocarse el chaleco salvavidas, indumentaria que aun cuando reconozco es bastante incómoda, es preferible a un susto que podría resultar fatal. El trayecto resulta bastante pesado a ratos porque se navega a contracorriente y suele llover a cántaros. Sin embargo, la hermosura del paisaje todo lo vale. Desde la curiara se observa la majestad de los bosques y lo intrincado de la selva, el olor a vegetación húmeda y el aroma a frutos cítricos, una delicia que provoca perpetuar.


Recuerdo que al pasar el raudal 5 mil, el más rudo del trayecto sobre el bajo Caura, hicimos un alto para almorzar en una isla tan minúscula, que casi nos atragantamos por comer con tanto apuro, porque la marea subía demasiado rápido y el trozo de tierra que nos servía de mesa de comedor corría el riesgo de desaparecer en un santiamén dejándonos a nado limpio.


Pasamos por Colonial, una comunidad de buenos artesanos de la etnia Piapoco, que del Suapure, su antiguo territorio, pasó al bajo Caura huyendo del paludismo. Hasta Jabillal llegan los pueblos criollos que se mezclan con los indígenas, pero a partir de ese punto sólo se encuentran nativos.


Para rendir el tiempo y tratar de evitar que nos atajara la noche navegando el río Caura, cosa que ya me tocó una vez y no la recomiendo, solamente paramos en Boca del Nichare, que es la comunidad Ye´kuana más poblada del bajo Caura, donde todos sus habitantes, alrededor de 200 en total, llevan el mismo apellido, Rodríguez o Caura, y viven de la caza, la pesca y el conuco, aunque por supuesto siempre hay artesanos expertos en madera y cestería.


Además del casabe, tuve la oportunidad de probar el “Mañoco”, otro alimento a base de yuca que se come con sopas y jugos, o mezclado con leche y miel. Su preparación es bien latosa, pues hay que remojar en agua por 4 o 5 días la yuca pelada, hasta que se forma una pasta a la que se le agrega una cantidad de yuca seca rallada, para luego pasarla por un tamiz y así extraerle todo el jugo. La masa que queda se extiende sobre un enorme budare bien caliente y se menea a punta de canalete hasta que se reduce a un polvo alimenticio de grano grueso totalmente seco. Ese es el “Mañoco”.


En Boca de Nichare es interesante observar cómo el indígena aprendió a valorar sus dotes de artesano, pues están tan bien organizados que ya comercializan directamente en Caracas y exportan hacia Estados Unidos, donde especialmente sus cestas son muy apreciadas. Los precios, como es de suponer, ya nada tienen que ver con los de antes. Yo, particularmente, doy fe de ello, pues hace pocos años compré un par de hermosísimas cestas Ye´kuanas directamente a unas indígenas en Maripa, en unos 10 mil bolívares de los de antes, mientras que ahora no las negocian por menos de 300 mil, también de los de antes.


Bien, y a pesar que la parada en Boca de Nichare fue deliciosa y me rindió tanto que hasta tuve chance de pintarme la cara cual nativa, lamentablemente llegamos a El Playón casi a oscuras. Justo hasta allí el río Caura es navegable. La noche cerró, pero los relámpagos, uno tras otro, abrían grietas en el firmamento para dar paso a magníficos destellos que iluminaban de manera intermitente un paisaje que, entre la penumbra, se adivinaba sencillamente maravilloso.


Aunque está ubicado en la selva, el campamento El Playón tiene todas sus comodidades, desde baños con duchas donde a veces se consiguen algunas arañitas peludas, enormes y marrones, hasta una tiendita de artesanía indígena, además de chozas de madera con techo de palma, por supuesto sin paredes, donde se acomoda uno felizmente para dormir en sana paz y de cara al río.


El Playón es además una especie de alcabala donde solamente el indígena autoriza el paso hasta “Kuyuwishodü”, mejor conocido por los criollos como Salto Para, un accidente geográfico que rompe abruptamente el cauce del río, y establece la división entre el bajo y el alto Caura.


Entre El Playón y el Salto Para solamente hay una distancia de 6 kilómetros, sin embargo, el trayecto puede tomar varias horas caminando por la selva húmeda e intrincada, donde es normalísimo avistar al indígena Sanema cargando en hombros un bidón de gasolina, el motor de la curiara o la mismísima embarcación, hasta la comunidad de Las Pavas, donde el Caura se torna nuevamente navegable.  Sin embargo, la topografía del río y los incontables raudales hacen de las suyas, pues para llegar a Jiya´kwana, la última comunidad indígena en el alto Caura, hay que navegar por lo menos una semana enterita, así que esa historia se la cuento en otra ocasión.


A pesar de lo tortuoso del recorrido que se completa salvando todo tipo de obstáculos a medida que se avanza a través de la selva, no vale una queja por cansancio y mucho menos una palabra de arrepentimiento, pues al alcanzar la línea divisoria entre bajo y alto Caura se abre ante nuestros ojos un espectáculo hermosísimo, el “Kuyuwishodü”, uno de los magnánimos recovecos de nuestro entorno natural.


Si hay ánimos suficientes después de semejante aventura ejercitando el cuerpo de pie a cabeza, uno puede deshacer el camino y regresar a El Playón para la respectiva pernocta, que fue lo que nosotros hicimos, pero otra opción es permanecer frente al Salto Para donde los indígenas rentan hamacas con mosquiteros y cobijas para pasar la noche, luego de compartir con el guía nativo un “Maji”, que es la comida comunitaria a base de Bagre asado en hojas de plátano, aliñado con un sabroso “Pajma”, un picantico elaborado con ají seco molido, y un trago de “Yaraki”, que es un delicioso filtrado de yuca fermentada que, por dejarse colar muy bien, hay que tenerle mucho guillo…


El Muerto ¿Al Hoyo?


La inteligencia y la fuerza física no es lo único que diferencia a los Ye´kuana y los Sanema. También practican diferentes rituales dependiendo de sus creencias. Por ejemplo, cuando un Ye´Kuana pierde a uno de los suyos, coloca el cuerpo sin vida en una cajita de madera y lo entierra sin velatorio en el cementerio de la comunidad, a menos que haya muerto por picadura de serpiente, en cuyo caso incineran los restos sobre unos palos de madera hasta que se convierten en cenizas que esparcen por el lugar. Los Sanemas, por su parte, jamás entierran a sus muertos, sino que dejan descomponer sus restos a la intemperie hasta que sólo queda la osamenta que luego pulverizan con candela, y una vez convertida en cenizas, la mezclan con una bebida espirituosa que beben a grandes tragos a modo de antídoto contra la enfermedad que se llevó al nativo, durante un ritual al que invitan a las comunidades vecinas.

El Guerrero Kuyujani


Si hay algo que nuestras etnias han defendido por tradición, es su territorio. Así pues que cuenta una leyenda Ye´kuana que Kuyujani fue un emisario de Dios que vino a defender a los nativos de los colonos españoles, y para cumplir el mandato, seleccionaba a sus guerreros en la montaña Jada´Jüdü, desde donde se puede observar el cauce del río Caura en todo su esplendor. Los que pasaban la difícil prueba que se les imponía, seguían adelante. El resto rodaba cuesta abajo y, por supuesto, moría sin remedio. Kuyujani es ahora el nombre de la organización que durante años ha defendido el derecho y el hábitat de los indígenas Ye´kuana y Sanema de la cuenca del Caura.

¡Y yo con mi chigüire, mascota de El Playón, me despido hasta la próxima!