viernes, 18 de febrero de 2011

Roraima Tepuy: La Ciudad de los Cristales

"No hay camino que no se acabe, si no se le opone la pereza"
Miguel de Cervantes Saavedra



Me fascinan los cuentos, las historias, los relatos, y como siempre he afirmado, amo mi vida y la ajena también…

Por eso hoy regresa esta andariega para contarles cómo pueden darse el gustazo de llegar a la cima del Roraima Tepuy, no en helicóptero como lo he hecho yo, sino andando con el par de piernas que Dios nos dio, para lo que no será suficiente tener el espíritu aventurero, sino estar medianamente entrenado para no desmayar en el intento con semejante trepada.

¡La Montaña Azul!, como también se le conoce a este coloso de 2810 msnm que establece frontera entre Guyana, Brasil y Venezuela, en un 85% del lado nuestro, es un destino muy apreciado por mochileros venezolanos y extranjeros que persiguen aventuras para fortalecer el cuerpo y el espíritu.

Está magistralmente ubicado en el sector oriental del Parque Nacional Canaima, y se puede divisar a plenitud desde la población de Kumarakapai o San Francisco de Yuruaní, en la Gran Sabana, si el cielo está despejado, porque de otro modo tan sólo se percibe una especie de mágico espejismo que ni malo es, pues alienta la imaginación y la creatividad.


Indistintamente de cuál sea el punto de origen y dependiendo de qué tan cansados estén los exploradores, lo ideal es pernoctar en Kumarakapai. Allí, la comunidad ha construido cabañas para alquilar y además ofrece comida variada para arrancar en la mañanita, con la barriga llena, rumbo a la comunidad indígena de ParaiTepuy, en un trayecto que toma aproximadamente una hora a bordo de un rústico que se puede contratar por una cantidad de dinero que ronda los 400 bolívares ida y vuelta, aunque negociando tal vez se pueda conseguir un precio más solidario acorde a la estrechez del presupuesto.

Lo ideal, casi obligado diría yo, es contratar en Parai Tepuy el servicio de un guía nativo, baquiano experto, que además caletee los macundales más pesados como carpas, mochilas y comida. Según mis exploradores, ¡les juro que lo agradecerán! Estos chicos, los guías, se las saben todas, pues por lo general aparecen livianitos portando tan sólo una torta de casabe como contribución a su propia dieta, sabiendo que hambre no pasarán porque la complementan con agua pura de los manantiales y, por supuesto, con el menú del grupo. Lejos de casa, compartir es la regla.


Una vez salvada la distancia entre San Francisco de Yuruaní y Parai Tepuy, con el guía contratado y la carga bien distribuida, se inicia el trayecto a la cima con una caminata de alrededor de 3 horas sorteando empinadas subidas y bajadas hasta llegar al campamento del río Tek. Allí hay buena opción para la pernocta, aunque hay quienes la energía desbordante les anima a seguir hasta la base del tepuy, donde también se puede levantar el campamento para pasar la noche. Todo depende del ánimo y la resistencia de los caminantes.

Hay deportistas expertos que hacen todo el trayecto, ida y vuelta, en un par de días, a lo sumo tres, pero la gente normalita se toma entre 5 y 6, pues además la idea es disfrutar cada instante de la aventura y no pensar solamente en el objetivo de llegar a la cima. Todo tiene su encanto y todo hay que disfrutarlo, como en cualquier excusión, todo hay que vivirlo intensamente. Por otro lado, no se trata de una competencia.


En este grupo integrado por George, Ramón, Gregory, Dimitri, Luis Miguel y Julio César, digamos que había de todo un poco entre deportistas y sedentarios de oficio, por eso decidieron que el campamento Tek era la mejor opción para la pernocta del primer día en el Roraima.


¡Cada amanecer en el Roraima Tepuy es un renacer a la vida! Tras cada pernocta, temprano en la mañana y sin desperdicio alguno de tiempo se levanta vuelo para continuar la andanza hasta la cima del coloso tras una larga caminata a través de La Rampa, que es una especie de escalera natural de gradas asimétricas y colocadas como al azar, en ocasiones sobre paredes casi totalmente verticales que cuestan un mundo escalar, para al final descubrir un paisaje de ensueño cuya inmensidad y desolación potencia un extraño sentimiento de vulnerabilidad. Allí es tan fácil percibir la estrechez entre la inmensidad y la pequeñez, que la reflexión es un hito obligado.



Muchas son las historias que se tejen alrededor del Roraima Tepuy. Leyendas que hablan de la Ciudad Perdida, uno de los puntos más energéticos del planeta donde convergen vidas paralelas en planos diferentes; la Ciudad de los Cristales, donde hay que andar con cuidado para no estropear la dispareja alfombra de racimos de cuarzo de diferentes tonalidades, una de las creaciones mas espectaculares de la naturaleza del Roraima Tepuy.


Allá, en el tope de la montaña se nutre el espíritu, se purifica el alma. Flores exóticas, endémicas, únicas y de una belleza extraordinaria que sólo crecen en la cima del Roraima; rocas antiquísimas que se mantienen en pie mostrando imponentes figuras talladas a su antojo por los efectos de la erosión milenaria; pozos de agua helada, purísima, que evidencian la vida, todo bajo la inmensidad de un cielo azul decorado por nubes blanquísimas que parecen más bien las pinceladas de un artista de esos que se fuman sus lumpias persiguiendo a la musa de la inspiración.


La Cueva del Indio es uno de los lugares ideales para levantar el campamento de pernocta en la cima del Roraima Tepuy, antes de iniciar el recorrido de reconocimiento a lo largo de esta maravilla natural que sirve, además, como punto de encuentro entre una trilogía territorial. Desde el Punto Triple, hito fronterizo, se viaja sin pasaporte, pues tan sólo es necesario echar un vistazo para hurgar en territorio extranjero.

Hay quienes disponen de tiempo suficiente para explorar la cima del coloso por un espacio de tiempo más extenso, pero un sólo día con su noche enterita en el tope del Roraima Tepuy, es más que suficiente para absorber como esponjas la magnífica energía renovadora de un escenario único que como seres del Universo, nos pertenece.



T E W A S E N
El Árbol de la Vida

Justo aquí en el piquito al extremo derecho del Tepuy Roraima,
hace muchísimos años se levantaba el Árbol de la Vida...

 
Cuenta una leyenda Pemón que Macunaima era un héroe mítico que se debatía entre el bien y el mal. Los frutos se habían acabado, y cada tarde, al regresar a casa, notaba que los hermanos estaban hambrientos a excepción de Akury, el menor de ellos. Curioso, Macunaima esperó una noche que Akury se durmiera para revisar dentro de su boca, donde encontró atrapado entre dos dientes, un grano de maíz. Al otro día lo siguió con la certeza que lo llevaría al lugar donde habría comida para todos. En efecto, Akury llegó hasta un árbol enorme y comenzó a comer los frutos que estaban en el suelo. Macunaima hizo lo propio para saciar su hambre, pero sabía que el alimento no alcanzaría para todos a menos que se trepara al árbol para bajar los frutos. Akury no se lo permitió y pelearon a muerte. Macunaima invocó a los Dioses, y con la ayuda de sus poderes mágicos, el árbol cedió sin remedio.

La frondosa copa del gran Árbol de la Vida, del cual el Tepuy Roraima es sólo parte del tronco, cae hacia el este explicando por qué en Guyana hay selva
y del lado nuestro sólo una Gran Sabana.

Hasta la vista... 



sábado, 5 de febrero de 2011

Kanaimö: Tierra de magia y misterio

¡A Kanaimö lo inventaron los Arekunas para dar una explicación racional a la muerte!


Como cualquier otra etnia indígena precolombina, los pobladores de la extensa región que hoy conocemos como Canaima, también se resistían a aceptar la muerte como un hecho natural; y para explicarse entonces tan extraño fenómeno, crearon un personaje que no solamente adoptaba múltiples formas, sino que además era capaz de escalar hasta la cúspide del más alto de los cerros, ir hasta lo más profundo de las aguas o penetrar al más solitario de los refugios, sólo para alcanzar y dar muerte a la víctima escogida.

Ese personaje mítico era Kanaimö, el espíritu maligno que se convirtió en el enemigo implacable de la etnia Pemon y sus familias Arekuna, Taurepan y Kamaracoto. Para ellos, Kanaimö no tuvo madre. Fue sólo la nefasta creación de un indio muy malo que lo vomitó en una tapara.

Así nació Kanaimö, azote de la comunidad Pemon, y responsable de toda fechoría y muerte que aconteciera en el entorno. Si un indio enfermaba de pulmonía, Kanaimö lo había soplado en el pecho. Si sufría de fuertes dolores de estómago, con seguridad se trataba de un maleficio de Kanaimö. No había manera de salvarse. Toda la culpa era de Kanaimö.


Son innumerables las leyendas que se tejen en torno a Kanaimö. Cuentan que éste podía aparecer en cualquier lugar, atacar y soplar a su desprevenida víctima hasta provocarle la enfermedad. Tras la emboscada, el indio no moría de inmediato. Podía inclusive pedir auxilio a sus hermanos, contar que fue atacado por un animal salvaje o que se hirió al tropezar con un obstáculo en la selva, pero jamás culpar a Kanaimö de sus males, pues entonces la muerte sí sería inevitable.

Más allá del propio maleficio, otra leyenda indígena afirma que el mismísimo Kanaimö era tan perverso que podía convertirse en Awoineripué, la encarnación de una criatura legendaria que bebía la sangre de los cadáveres en descomposición, tras escarbar la sepultura de sus víctimas.

Kanaimö no tenía límite conocido, pues para hacer sus fechorías era capaz de transformarse en un tigre, en un perro o en un oso hormiguero, por ejemplo, o adoptar la forma humana de un indio de carne y hueso, pero siempre dotado de las más increíbles cualidades mágicas, muy relacionadas, por supuesto, a la ilimitada capacidad del pensamiento creativo del ser humano, convirtiéndolo con el transcurrir de los siglos en una de las más extraordinarias e inolvidables leyendas del pueblo Pemon.





El legado de Kanaimö

Y aunque suene contradictorio, fue aquel espíritu perverso que atentaba con malicia contra la vida de nuestros ancestros, quien legó su nombre a uno de los espacios naturales más preciados del planeta, el Parque Nacional Canaima, Patrimonio de la Humanidad, cuna de sabiduría milenaria, territorio mágico que inspiró a Sir Arthur Conan Doyle en su "Mundo Perdido", pasto de aventureros, mina de exploradores, y parcela de infinitos retos para colonizadores y misioneros, hogar de múltiples especies de flora y fauna únicas para las ciencias naturales, y maravilloso paraíso terrenal que nos legó el Creador.


Con todo este tesoro entre sus entrañas, el 12 de junio de 1962 se decreta la creación del Parque Nacional Canaima, que en aquel entonces tenía sólo un millón de hectáreas. Sin embargo, la infinita variedad de recursos naturales localizados en el entorno y su importancia como pulmón vegetal del planeta, sugirieron la ampliación del área bajo régimen de administración especial a tres millones de hectáreas a partir del 10 de octubre de 1975. Desde entonces no solamente está considerado uno de los parques nacionales más grandes del mundo, sino un verdadero Patrimonio de la Humanidad.



Esta hermosa tierra de altas montañas y profundos valles tallados por la acción milenaria de la erosión, de espectaculares saltos y raudales de extraordinario valor turístico, de majestuosos tepuys que se yerguen con valentía sobre inmensos sabanales, tiene límites que se pierden en el horizonte.

Su área occidental, con más de un millón ochocientas mil hectáreas, es un apreciado destino turístico adonde el visitante se recrea de la magia de la Laguna de Canaima, el Salto El Hacha y el Salto El Sapo, el río Carrao, la Isla de la Orquídea, y las comunidades indígenas de Kavac y Kamarata, entre otras, sin olvidar el espectacular Salto Angel, conocido en lengua Pemon como Kerepacupai-Meru, que quiere decir salto profundo, descubierto en 1937 por el aviador norteamericano Jimmy Angel, de quien recibe el nombre criollo.


La geografía del sector oriental del Parque Nacional Canaima es básicamente similar, aunque de este lado los elevados tepuys, conocidos como islas ecológicas por su especial riqueza biológica, y los parches boscosos a lo largo de toda su amplitud, definen con mayor fuerza la policromía de colores que se refleja magnánima sobre miles de hectáreas que conforman la cada vez más extensa Gran Sabana.



En posteriores entregas los voy a invitar a acompañarme
a recorrer algunas aristas de Canaima…
 

¡¡¡Hasta la vista!!!