viernes, 28 de enero de 2011

Kavak ¡Una grieta en el Auyantepuy!

Hace algún tiempo tuve el privilegio de conocer, disfrutar, recrearme y todas esas cosas buenas, en un lugar espectacular que rompe el molde del imponente Auyantepuy. Su gruta KAVAK o Kavak Yeutá en lengua Pemón.


Ojalá todos los venezolanos, especialmente los más aventureros, tuvieran la disponibilidad de tiempo, y por supuesto de dinerito, para darse una vueltica por ese mágico escenario natural, aunque reconozco que llegar a Kavak no es así de facilito, pues hace falta disponer de un pequeño avión contratado, rentado, alquilado o prestado… Este último fue mi caso, gracias al amigo Teodoro Pascalides y su piloto José Montelongo, quien por cierto es muy ducho en las artes del vuelo.


Para iniciar esta aventura partimos desde el hangar del aeropuerto de Ciudad Guayana, en busca del Olimpo de los Dioses Arekunas, la Montaña del Infierno o la Montaña del Diablo, según se traduzca al español el vocablo indígena Aiyantepuy, para nosotros Auyantepuy, en cuya cima se levanta la casa de los Mawariton, que son los espíritus malignos, y el hogar de Traman-chitá, el ser Supremo del Mal. Por supuesto, eso es lo que cuenta una leyenda Pemon difícil de aceptar, si tomamos en consideración que tanta belleza junta no podría albergar en su seno ni un ápice de maldad. Pero en fin, leyenda es cultura y tradición, y eso se respeta!


El Auyantepuy es un espectáculo natural impresionante, magnánimo, que tiene 700 kilómetros cuadrados de superficie. O sea… Su altura, en el punto más elevado, es de 2560 metros sobre el nivel del mar, y sus atractivos son innumerables. El Salto Ángel es tal vez el principal, por tratarse de la caída de agua más alta del mundo. Otros sitios de interés alrededor del Auyantepuy son el Valle de las Mil Columnas, El Mono y El Dinosaurio de Piedra, los saltos Cortina y Churún, y por supuesto, Kavak y su magnífica gruta, a la que insisto en llamar grieta, pues de algún modo de eso se trata.

Cuando uno sobrevuela un tepuy, además de sentir la profunda emoción de estar muy por encima de la copa del árbol más alto, y mucho más cerca del cielo que del suelo, se observan como en miniatura interminables extensiones de bosques y sabanas, un montón de rocas que escupen agua fresca desde sus entrañas, y grietas profundas que de arriba abajo separan aquella mole enorme, imprimiendo al escenario un encanto verdaderamente especial. Revela, además, un mundo lleno de misterios, diría yo!



Podría decirse que íbamos tan lento como entierro de pueblo, porque a cada paso nos deteníamos a observar las piedras del camino, y sus formas y colores tan variados. En una bolsita de plástico fui recolectando algunas negras azabache, otras verdes, rosadas y anaranjadas, y hasta una que otra transparente. ¡Toda una hermosura! El guía estaba impaciente por llegar a la grieta, pero creo que en este tipo de paseos, el trayecto hay que beberlo en pequeños sorbos para disfrutar de cada detalle, por minúsculo que parezca.


Sin embargo, como no íbamos a pernoctar en Kavak, pues volaríamos a Canaima a las 3 de la tarde, no tuvimos otro remedio que acelerar el paso hasta llegar a Kawaikayen, un salto de agua pequeño y muy hermoso, a partir del cual el escenario comenzaba a cambiar con cierta rapidez. A cada paso el camino se hacía más estrecho y difícil de andar. El cauce de agua estaba bien nutrido porque había estado lloviendo, y era necesario caminar sobre este sorteando las piedras.


Las paredes del Auyantepuy se alzaban cada vez más alto hasta alcanzar los 150 metros, mientras a cada zancada se acercaba la una a la otra como queriendo encontrarse frente a frente. ¡Es impresionante! Mojarse era obligado, por eso fue bueno atender la recomendación del guía de vestir sólo traje de baño, llevar pocas cosas en el morral y proteger los equipos de fotografía envolviéndolos en bolsas de plástico.

De pronto, llegamos a un lugar extraordinariamente hermoso llamado Kawaiköden, donde cruzamos de una orilla a la otra del río. El agua es helada, las rocas peligrosamente resbaladizas y la corriente traicionera. Por eso, es necesario echarle mano a las cuerdas que los indígenas han colocado entre un paso y otro para llegar a la Gruta de Kavak, la cual adquiere su nombre de una palma que abunda en la zona y que sirve a los indígenas para fabricar sus cerbatanas.




A medida que se multiplican las cuerdas, y el paso a nado se hace obligado, las dos enormes paredes de roca reducen la distancia entre ellas, verdaderamente intimidando a los intrusos, porque de verdad que ya en ese punto se siente uno un  intruso… Luego de algunas peripecias y después de salvar ciertos obstáculos, llegamos a la antesala de un escenario de película que, lamentablemente, no puedo mostrar abiertamente en fotografías, pues sencillamente en ese punto la bolsa de plástico para proteger la cámara de nada servía y tuve que dejarla reposando sobre una piedra. Describir aquella maravilla natural tampoco es fácil. No existen las palabras adecuadas en el diccionario, tan sólo un montón de emociones que le hacen sentir a uno la grandeza del Universo y la vulnerabilidad del ser humano.



Ya en la antesala de la grieta era de rigor cumplir el objetivo en su máxima expresión y descubrir que me esperaba un poco más allá... Seguí nadando contra corriente, por supuesto sin soltar jamás la cuerda, hasta llegar al Salto Yuwan, una fuente de agua que brota de arriba hacia abajo con una fuerza indescriptible desde el borde superior de la roca enorme, cuidando de no colocarme justo debajo del chorro más fuerte, pues con sus 20 metros de caída libre es un verdadero peligro para los sesos de cualquier cristiano, y ateo también…
Según otra leyenda Pemon, no hubo ancestro que sobreviviera a la maldad de los demonios que custodiaban Kavak Yeutá… Efectivamente, es tan sólo una leyenda, pues acá estoy terminando de contarles sobre uno de los escenarios naturales más hermosos de Venezuela.

Y como nuestra Madre Natura es tan regalona, en el trayecto de regreso al pueblo para abordar la avioneta rumbo a la comunidad de Canaima, nos topamos con otra maravilla, el Tewanarempa o el Salto Avispa. Ah! lo de Avispa porque sus finitos salpicones de agua puyan como si fueran aguijones…


¡Hasta la vista!

jueves, 20 de enero de 2011

Andanzas por Amazonas (Bitacora)

He navegado unos cuantos ríos de los tantos que hidratan el territorio nacional, Venezuela. Ya lamento no haber llevado la cuenta porque sería interesante saberlo, aunque sea para matar la curiosidad… De tanto río recorrido a favor o en contra de la corriente, el Caura es el que me inspiró siempre de manera especial. La primera vez me ocurrió de ese modo y llegué a pensar que ese feeling especial era cosa del momento, pero se repitió la historia la segunda vez, y la próxima y otra más… Al final me convencí que el Caura tiene algo especial, además no se trata de un sentimiento pasajero, es el único río en el que pienso cuando quiero renovar ese sentimiento de paz que a uno lo invade cuando navega, ese sosiego inexplicable…


En ruta hacia Puerto Ayacucho

Largas horas de viaje desde Puerto Ordaz en buseta. A mi lado se sentó una colombiana, Marta, que llevaba a su hijo de 4 años en las piernas. Ella iba a Los Pijiguaos, pero no quería viajar sola. Me contó que por ser colombiana la gente piensa mal, así que su hijo le sirve de protección. Martita me contó la historia de su vida, incluyendo los episodios con sus tres maridos. El primero era alcohólico, el segundo le pegaba, y el tercero come mucho, hace mercado todos los días y no permite que ella le congele los alimentos, razón por la cual vive metida en la cocina. Está obstinada, pero no sabe si dejarlo. ¿Mi consejo?, pues que tenga paciencia… aunque ya yo estaría solita!.

Paramos en Maripa porque la GN revisa equipajes y humanidades para evitar la biopiratería. Ya la gente lo sabe y los tramposos descargan antes de llegar al puesto de la GN, hacen el camino a pie y luego embarcan la unidad en conchupancia con los conductores.


Ecodestinos nos recogió en el Terminal pasado el mediodía, pues aunque llegue tempranito, tuve que esperar por mis compañeros de expedición que venían desde Caracas. No puedo dejar de comentar la amabilidad de una paisana que me ofreció ir a su casa a utilizar el baño mientras esperaba a mi gente. A ella le llamó mucho la atención que yo llevara mi morral de mano con candado, y me dijo que era lo ideal, pues a una enfermera del hospital local que se quedó dormida en el trayecto, le sembraron drogas en la cartera, y en Maripa se la llevaron presa…

Salimos directo a Samariapo, un puerto feo a 60 km de Puerto Ayacucho, de donde comenzamos la navegación en bongo. Esos 60 kilómetros no son navegables por los raudales. Íbamos Edilia de Borjes, Corina Fortoul y Javier Mesa, además de Carlos Silva el guía Piaroa y Miguel el motorista de la etnia Huajibo…



Salimos a las 2:30 pm y navegamos el Orinoco, llegamos a la boca del Sipapo a eso de las 4:15 pm. El paisaje es hermoso, muchas islas a lo largo del trayecto; islas enormes donde no se ve gente, aunque dicen que algunas familias viven adentro… Está Isla Ratón que es la capital del Municipio Autana, donde hay un puesto de la GN.


La paz, como siempre, invade el espíritu de quienes tenemos el privilegio de navegar las aguas de nuestros ríos. Ya oscuro llegamos a destino, adonde dormiríamos la primera noche, el Campamento de Barranco Tonina, frente a la comunidad del mismo nombre. Queríamos acampar allí, pero estaba full porque los indígenas de 14 comunidades Piaroa tenían intercambio deportivo. Había ambiente de fiesta en la comunidad. Martín es el dueño del campamento Ohochayu, que significa León… Así que nos quedamos allá, con todo y el temor que inspira la historia de que el lugar recibe el nombre porque cerca hay una cueva donde se esconde un león… La verdad es que armamos campamento muy rápido. Miguel y Carlos se pusieron las pilas y ordenaron todo muy pronto, hasta la comida la prepararon volando. Pasta con carne que comimos a duras penas espantando la plaga que nos enloquecía… Finalmente, con la barriga llena, cansados no tanto de la navegación sino del viaje anterior en bus, nos encaramamos en nuestras hamacas para dormir apenas a ratos, cuando lográbamos desentendernos de los ruidos que producían los murciélagos muy cerca de los mosquiteros…


A lo largo de uno y otro río hay varios campamentos turísticos. Todos son de indígenas que viven en la orilla de enfrente. Se trata de una estrategia muy lógica, pues nadie avisa, sólo llega a guindar sus hamacas, y en cuanto el dueño se percata, y lo hace rapidísimo, se embarga en su curiara, cruza el río, y pasa raqueta… 10 mil bolívares por hamaca, por persona, por derecho a uso del campamento…

No todos los indígenas Piaroa están de acuerdo con la actividad turística en la Reserva Forestal Sipapo. La Organización Indígena Pueblos Unidos del Sipapo, OIPUS, no apoya el turismo en la zona, mientras que 7 comunidades integran la Asociación de Operadores Turísticos Piaroa Autana, que sí trabaja el negocio… El acuerdo es que en cualquier ruta que se haga dentro de la Reserva Forestal Sipapo debe haber un guía Piaroa, sin excepción.

La Reserva Forestal Sipapo integra la Serranía Sipapo, el Autana y el Lago Leopoldo… El Decreto 625 prohíbe la actividad turística allí, pero hay un recurso de amparo.

En agosto los Piaroas celebran el Guarime, que es un homenaje a la Diosa Cheherü. Dura dos semanas, pero es exclusivo para indígenas, no entra nadie más… Carlos me contó que una antropóloga alemana estuvo en su casa 6 meses, y por eso él pensó que tal vez podía presenciar el ritual, pero no le permitieron la entrada al lugar. El ritual lo celebran los shamanes, los ancianos del pueblo, los sabios… Se bebe Yaraki que es la bebida a base de yuca, se baila y se come…

De interés… El gegen es de hábito nocturno, aprovecha la luz para encontrar a sus víctimas. Lo ideal para alejarlos es apagar las luces.


DÍA 2:
 
Cada campamento tiene su encanto, y aunque el de la primera noche no fue el más confortable, la verdad es que tiene un mirador espectacular que disfrutamos un montón… Del campamento salimos en bongo al Caño Huare Päaje, donde comenzamos la caminata por la selva hasta el Mirador Ohochäyu, León. Jhony e Ismael, ambos de la comunidad Barranco Tonina, fueron con nosotros, pues indistintamente de si nuestro guía conoce el camino o no, siempre debe haber alguien de la comunidad para que se gane sus churupitos …

Bosque húmedo tropical, ése es el ambiente del camino hacia el mirador… el camino no es tan largo, pero sí bastante intrincado, hubo que pasar por entre varias rocas resbaladizas que podían traicionarnos. Cuando le preguntábamos al Piaroa en cuanto tiempo se llegaba a algún destino, nos decía, por ejemplo, en dos horas Piaroa y en 4 caraqueñas. Graciosito el chico, eh? Efectivamente nos echamos 4 horas entre ida y regreso al Mirador… Al regreso nos agarró la lluvia y las piedras se hicieron más resbaladizas. Aquellas rocas negras que conforman el macizo guayanés, una maravilla...


En el trayecto hacia Laguna de Mapuey nos topamos con un cementerio indígena Piaroa, es un lugar sagrado que hay que respetar. Está en Piedra Tinaja, una roca enorme en el tope de la montaña, adonde el indígena deposita los restos de sus muertos para que sus espíritus estén más cerca de la montaña sagrada, el Autana, y puedan llegar allá más pronto… Nos bajamos allí y sacamos algunas fotos.


Navegando el Sipapo llegamos a la boca del Autana a las 5 de la tarde… Para llegar más pronto, antes de que oscureciera, tomamos un atajo por la laguna, se llama atajo de Tierra Blanca, de ésas que se forman durante el invierno. Ya podíamos ver el Autana a lo lejos, estábamos maravillados, queríamos más…


Finalmente llegamos a Laguna de Mapuey, que recibe su nombre porque este fruto se da con mucha facilidad… Allí vive la familia de Carlos, el guía. Este campamento está al lado de las casas de la familia, integrado al lugar. Es una churuata grande, de un lado se guindan las hamacas y en el otro se disponen las cosas para preparar la comida… Eso fue lo que hicimos después de organizar el campamento. No tuvimos necesidad de darnos un chapuzón en el agua de esa laguna porque ya lo habíamos hecho antes de salir hacia el nuevo destino, además allí el agua no lucía atractiva para un baño… Carlos y Miguel prepararon la cena y nos tomamos el asunto con calma, pues la noche siguiente también pernoctaríamos allí, es decir, había tiempo hasta para descansar…

La noche transcurrió en  sana paz, a pesar de dormir en hamacas con mosquiteros y bajo techo pero sin paredes… La única pesadilla era tener que levantarse a hacer pipí sin saber si había por allí algún animal de la selva, grande o pequeño, pues en medio de la noche se escuchan todo tipo de sonidos que termina uno relacionándolos, y con sobrada razones, con especies de la fauna… Si la necesidad se hacía insostenible, pues había que encender la linterna, herramienta que siempre debe llevar un expedicionario, apuntar a los zapatos al pie de la hamaca, revisarlos porsiacaso hay un animalito adentro, calzarse, seguir iluminando para seleccionar el lugar ideal, hacer la necesidad y regresar rapidito a la hamaca, sano y salvo…


DÍA 3:

En la selva no vale eso de cierra la cortina que quiero dormir un poco más, nada que ver… Allí, al amanecer, ya se levanta uno apuradito a ver cómo lucen las cosas a la luz del día, inspeccionar el lugar y aprovechar el tiempo… Laguna de Mapuey fue el primer campamento turístico. Allí vive Anita Pérez, la mamá de Carlos. Su nombre en Piaroa es Jämichäju, hermoso nombre, pero ya no los usan… Desayunamos y salimos pasadas las 10 de la mañana a hacer una caminata de 3 horas y media hasta llegar al mirador del Cerro Mapuey. Por fortuna llevamos con nosotros los Velos de Novia para cubrirnos el rostro, y protegernos el cuello de la picada de los bichos que abundan por aquellos lares… Subimos al cerro, hermosa vista. De allí bajamos dando la vuelta y regresamos al campamento a la 1 y media de la tarde…

Durante la caminata fue necesario pasar varios caños. En uno el agua nos llegaba más arriba de las rodillas. El primero es Caño El Tigre porque viene del cerro que lleva el mismo nombre. “Camisa Rallada” como le decíamos por allá, menos mal que no nos topamos con ninguno de estos hermoso animales, que prefiero verlos en películas o en dibujos… Lo que sí vimos y fotografiamos fue un lagarto esmeralda de unos 5 ó 6 centímetros. Además vimos un nido de la hormiga 24 que Carlos fastidió para que éstas salieran y se dejaran ver. No me quedó muy buena la foto, pero no quería abusar…


También pasamos dos conucos, uno abandonado y otro en producción. Los conucos apenas duran un año o año y medio a lo sumo, luego el indígena busca otro lugar donde la tierra sea mejor para el cultivo… Allí siembran yuca, mapuey, piña, cambur, plátano, caña de azúcar y túpiro que es un fruto que se sancocha y se toma en jugo con azúcar…
Si hay algo que nunca debe olvidar un expedicionario es el agua potable, pues aunque siempre hay caños y pozos, a veces el agua no resulta apta para quienes no estamos acostumbrados a beberla… De hecho, creo que abusamos bebiendo agua fresca de un pozo, pues todos terminamos con el estómago flojo por varios días, asunto por cierto muy comprometedor e incómodo. La recomendación, según mis amigos biólogos, es cargar un gotero con cloro, tomar agua del pozo y colocarla en el envase, cantimplora, y agregarle tres gotas de cloro por cada litro. Además, ni malo es cernirla para que no pasen los bichitos pequeños que a veces no vemos, pero están allí. De todos modos, allí la sed tenía un buen aliado, la LIANA DE AGUA… Esta luce como cualquier otra, pero el indígena la reconoce por el color de la rama. Para beber el agua, la liana se pica primero en la parte de arriba y enseguida en la de abajo, y el agua fluye. Salva la vida de más de un incauto que se haya quedado sin agua, y lo mejor es que tiene líquido, inclusive en verano. Regresamos al campamento y almorzamos, luego descansamos un rato y de nuevo a la aventura!


Ya como a las 4 y media de la tarde, luego de un merecido descanso en la hamaca, más para poder soportar el calor quedándonos tranquilos que por otra cosa, tomamos camino hacia el Mirador Laguna Caimán. El nombre se debe a un petroglifo que está sobre la laja con forma de caimán, sin embargo, a mi modo de ver habría que buscar un especialista para remarcarlo, pues al menos yo no lo entendí, está prácticamente borrado, supuestamente es el único y es enorme!

Allí la vista a la serranía del Sipapo, el Autana, es maravillosa… Los turistas llegan allá, se dan un baño en la Laguna del Caimán y retornan al campamento. No hay pernocta, sin embargo, nosotros, a propósito, subimos tarde al mirador para esperar allí la noche y observar las estrellas, pues poco faltaba para la luna llena. Excelente, mágico. Regresamos pasadas las 9 de la noche!


Parakä es el nombre indígena Pairoa de la serranía del Sipapo. El cerro más pequeño, el que nosotros subimos, se llama Uripikä, aunque ya mucha gente lo conoce como Wahari. Los indígenas están proponiendo reunirse con todos los operadores turísticos para que mantengan el nombre original. El Uripikä se parece a una churuata. Wahari es el nombre del hermano de la Diosa Chejerü, la Diosa de los Piaroas, aquella a la que le hacen un ritual durante dos semanas en agosto, y al cual no se le permite la entrada a los criollos, ni con recomendación especial. El otro cerro es el Wichü, que es un animal parecido al mono, pero que vive en la tierra en lugar de en los árboles. Es muy difícil verlo. Lástima que el sol no cae sobre el Autana, pues habría sido bellísima una buena fotografía. De ese lugar es la foto de las lombrices, Wiä, que se utilizan solamente para la pesca y se encuentran exclusivamente en las lajas.


El trayecto de regreso lo hicimos uno detrás del otro con mucha cautela, siempre mirando al suelo y no al cielo, pues era de noche y había que estar muy pendiente con lo que pueda uno pisar, pues en la selva los animales salen de noche y seguramente prestos a defenderse de posibles atacantes, en este caso, nosotros… El trozo más delicado era el caño, pues había que caminar a tientas, solamente alumbrándonos con nuestras linternas, dentro de un caño. El agua nos llegaba más arriba de las rodillas… Luego pasamos por un conuco que ya no está operativo. También daba miedo por la cantidad de árboles y raíces en el suelo. La caminata en la selva, ni hablar. Vimos tarántulas y sapos hasta que ya… Sin embargo, le pasábamos rapidito tratando de obviar su presencia…




En la ruta hacia el mirador vimos un nido enorme de avispas o abejas. No me detuve a analizar. Tratamos de dejar una marca para estar pendientes al regreso y evitar mover el tronco y que las avispas o abejas se molestaran por la interrupción y atentaran contra nuestra humanidad. Llegamos al campamento como a las 10 y media de la noche, tomamos algo de comer y a dormir hasta la mañana siguiente, cansados, emocionados y, sobretodo, reconfortados con la Naturaleza.





DÍA 4

Ceguera era nuestro próximo destino. De allí caminaríamos la selva y subiríamos los 500 metros del cerro Uripikä. Llegamos como a las 9 de la mañana, y aun cuando el trayecto fue muy hermoso, llovía a cántaros. Decidimos entonces seguir hasta el Raudal de Pereza en unos 20 minutos Piaroas… Era probable que si se despejaba el cielo, pudiéramos abordar nuestro proyecto de aquel día, sin embargo, el clima nos hizo una mala jugada y decidimos pernoctar en el Raudal de Pereza, lo cual fue una excelente idea, pues nos permitió reposar, disfrutar del entorno cual turistas de paseo en lugar de treparnos la mochila y sudar la gota gorda subiendo cerro.

Además, parece que de tanto beber agua de cualquier caño, el estómago de casi todos estaba muy flojo y necesitaba reposo. Esa es parte de la moraleja, pues hay que seguir la recomendación de los expertos, y en este sentido la bióloga amiga Ligia Blanco fue muy clara al recomendar gotas de cloro en cada porción de agua que recogíamos de algún caño. El agua podrá ser limpísima, pero seguramente el organismo de uno no está acostumbrado a ingerir, tal vez, algún microorganismo que haga vida allí.

El Raudal de Pereza es lindísimo. Hasta allí nos trajo el río, diría más de uno, y ciertamente es así, pues hasta allí el río Autana es navegable… Si quieres seguir río arriba, es necesario cargar en el lomo tanto el motor como la curiara y demás, pasar caminando sobre la laja, y retomar el camino en curiara, y eso es lo que hacen los indígenas… Nosotros nos quedamos allí, donde Jaime, un nativo Piaroa, tiene dos campamentos, no enfrente del otro. Uno frente al Autana, mágico, maravilloso, imponente, y el otro a su lado.



Justo frente a los cañitos donde nos bañamos, se podía ver a una familia indígena con una red para pescar. Imposible atravesar el río para preguntarles qué tal les iba en la pesca. Carlos nos contó que las sardinitas bajan en cardumen y para salvar el raudal se pegan de la orilla, y es cuando el indígena echa la red para asegurar así el alimento del día.




En la tarde, mis compañeros se animaron a caminar por la selva. Yo preferí irme con Miguel, el motorista, hasta Ceguera. Me daba curiosidad saber adónde íbamos a pernoctar esa noche, si los planes no hubieran cambiado… En Ceguera encontramos otro grupo que justo estaba saliendo hacia el Mirador Ceguerita, donde me juraron se veía el Autana en todo su esplendor. Así pues que cruzamos el río, llegamos hasta un caño y allí hubo que desembarcar. Sin embargo, no fue para tocar tierra firme, sino para llegar hasta la orilla con el agua en el cuello, y por supuesto, sin saber qué está pisando uno. Los altibajos eran casi maquiavélicos, pues mientras había que alzar la pierna derecha para alcanzar una roca, la izquierda se hundía en el barro… En fin, éramos 9 personas que llegamos a destino agarradas haciendo una especie de cadeneta.

Valió la pena, pues aunque estábamos mojados hasta el cogote, el mirador resultó una hermosura. Además, la hora ayudaba, pues estamos hablando de cerca de las 5 de la tarde. Por mí, habría esperado la caída del sol, que aunque no se posaba sobre el Autana, sus reflejos le imprimirían colores hermosos para los efectos del disfrute personal y para una buena fotografía. Sin embargo, la decisión prudente era regresar con la luz del día y eso hicimos.

A este mirador se le puede llegar a pie desde el campamento Ceguera, pero hay que caminar al menos 2 horas entre la selva y la laja.


DÍA 5

Por primera vez en esta expedición, me levanté antes que todos los demás, incluyendo el guía y el motorista que siempre madrugaban. Quería una buena fotografía del amanecer, pero el clima nos jugaba sucio. De cualquier modo era hermoso. Recogimos el campamento, ordenamos todo y nos despedimos del Raudal de Pereza para irnos a Ceguera, donde pernoctaríamos luego de subir el cerro Uripikä… Bebimos cafecito en el bongo. Llegamos a Ceguera y recogimos a Alberto, un guía de la comunidad que nos acompañaría en la expedición.  


De Ceguera salimos en el bongo arrastrando una embarcación pequeñita, que era la que nos permitiría adentrarnos a un caño y así estar más cerca de la orilla para comenzar a subir el cerro, pues de otro modo habríamos tenido que nadar como media hora Piaroa, y eso no nos llamaba mucho la atención, especialmente porque lo que nos esperaba era una caminata muy dura, y hacerlo con la ropa mojada y las botas llenas de agua no era nada atractivo.

Caminamos como 10 minutos con el agua hasta las rodillas, rezando para que no lloviera y aquello no se inundara más. Palos, raíces y piedras hacen la caminata bajo el agua más difícil. Además, pensar en toparse con una culebra o algún otro animal, tampoco emociona mucho.

El primer trayecto por plena selva era de una hora Piaroa, sin embargo, resultó de unas 2 horas caraqueñas. La subida era poco empinada, pero soportable durante la primera media hora, luego se hacía cada vez más ruda al menos durante la próxima hora hasta llegar al mirador, desde donde se divisa el río Autana en todo su esplendor, y el cerro Wichü que pareciera ser alcanzable solamente estirando un brazo. Esa última media hora es cansona, pues hay que ascender sorteando las piedras dispuestas en el camino totalmente al azar.

El Autana no se divisa desde el Mirador, pero se sabe que está justo detrás de la pared que aún nos falta por escalar. El Mirador la parada obligada donde uno combina el descanso con ese afán loco y totalmente justificado de grabar en la memoria y en las imágenes digitales, aquel paisaje hermosísimo que se abre frente a nuestros ojos. Y digo que es una especie de afán, pues cuando uno llega allá arriba es cuando se percata de que es un privilegio poder disfrutar de aquel maravilloso espacio natural.


Entonces, es el momento de decidir si devolverse o continuar. Algunos se quedan en El Mirador a esperar el retorno del grupo que decide llegar a la cima. Para los deportistas la decisión no es muy difícil de tomar, pero para los demás el reto se plantea de una manera muy particular. Uno reflexiona, si ya llegué acá, ¿qué tanto me va a costar subir otros 60 metros y poder admirar desde la cima la Montaña Sagrada de la etnia Piaroa, aquella que encierra tantos misterios, aquella que se supone está presta a recibir el espíritu de los shamanes indígenas que mueren en físico para alcanzar la plenitud espiritual en otro plano?... Hay que subir, ¡es la decisión acertada!

En El Mirador bebimos agua, comimos naranjas y tomamos fotografías. De cuando en cuando daba un paneo mirando desde el punto donde nos encontrábamos hasta la cima para evaluar el trayecto… Sí, la decisión era seguir hacia arriba y lograr el objetivo, aunque debo reconocer que en este tipo de expediciones, el objetivo pasa en ocasiones a un segundo plano, pues lo que resulta más atractivo y excitante es el trayecto en sí mismo.

Los primeros 45 de esos 60 metros restantes son rudos para uno que no es 100% deportista, sin embargo, en un ratico se salvan sin mayores complicaciones. El problema, a mi modo de ver, son los 15 metros restantes para llegar a la cima. Allí no hay vuelta atrás, no puede haber arrepentimiento, pues es prácticamente imposible retornar desde ese punto. Habría que darse la vuelta y sentiría uno un vacío tan profundo, que correría el riesgo de caer en él, irremediablemente. El miedo invade, especialmente si a uno se le ocurre, como me pasó a mí, voltear la cabeza para preguntarle a Carlos, el guía, ¿y ahora qué hago?...

Nada, me respondió, sigue adelante agarrándote de las rocas hasta llegar arriba. ¡Qué susto!, me sentía como un bicho incapaz de despegarse de las rocas por miedo a caer en el vacío. Sin embargo, como ser pensante uno termina por desechar esas ideas macabras y en un par de zancadas llegar a la cima. ¡Qué maravilla!, allí estaba el Autana en todo su esplendor. Buena decisión, excelente! Ahora a liberarse del pensamiento obligado, ése que le ronda a uno la mente preguntándose cómo hacer para descender. Llegué a pensar que si tenía que pasar la noche allí, así sería. Que bajaran mis compañeros y llamaran a un amigo que tiene helicóptero para que me rescatara!!!

Después del invalorable disfrute, el agua de rigor para refrescarse, pues en la selva es necesario hidratarse constantemente, y las fotografías de rigor, comenzó el temido descenso. Si bajas de frente corres el riesgo de irte de boca y adiós luz que te apagaste. Si lo haces de espalda también da miedo, sólo de pensar que atrás hay un gran vacío. Yo bajé combinando la espalda con el ladito, tocando bien fuerte cada piedra para cerciorarme de que estaban bien fijas, y así llegué de nuevo al mirador. De allí en adelante, pan comido. ¿Los testigos de esta aventura?, pues mis compañeros y el mismísimo Cerro Autana, ¿para qué más?...



En el ínterin, una compañera muy guapa por lo valiente, se desmayó. Sin embargo, su meta era llegar a la cima y lo logró. En otro grupo con el que nos cruzamos, 2 personas, una pareja joven, se quedó en el Mirador. Otras dos personas, un jovencito de unos 13 años ni siquiera alcanzó el mirador porque sufría de vértigos, y un italiano logró a duras penas caminar hora y media por falta de entrenamiento. Sin embargo, seguro disfrutaron el trayecto, o al menos eso comentaron.

Esa noche pernoctamos en Ceguera. Allí está la comunidad compartiendo espacios en un campamento con 7 churuatas. En la comunidad viven unas 60 personas de la etnia Piaroa. Curiosa, fui a visitar al Shaman. Es un abuelo de unos 65 años, aunque luce mucho más viejo. Se llama Purenichä en lengua nativa, pero creo que sólo él recordaba su nombre original, pues el resto de la comunidad lo llama José Luis. Eso es transculturización… Mi visita se limitó casi a vernos las caras. Le pedí al traductor que le dijera que me gustaría ver la artesanía local, pues me habían dicho que el Shaman es el único que aún recuerda cómo tejer!

Efectivamente, Purenichä entró a su casa a oscuras, y regresó cargando con cestas y collares. También me mostró un Katumare, que por supuesto le compré por 8 mil bolívares, que es una especie de morral elaborado con palma de seje. Esta palma tiene un cogollo que se cocina por varios minutos, hasta que brota un fruto color chocolate que se come con mañoco y azúcar. Como muchas otras etnias indígenas, la Piaroa también siente desconfianza de los criollos. Son místicos y supersticiosos, tienen sus propias creencias y en ocasiones nos perciben como intrusos malavenidos.

Quien me acompañó a la casa del Shaman fue Alberto, el guía de la comunidad que estuvo con nosotros aquel día. Alberto es uno de los dos maestros de la escuela de Ceguera. Me dijo que hay allí unos 26 escolares y que sólo pueden estudiar hasta 3er. Grado. Por lo pronto, no hay allí más opciones de estudio. Hasta allí llega la escuela.

Carlos, el guía, me comentó que en algunas comunidades indígenas Piaroa los shamanes tienen el entendimiento a flor de piel. Aunque no entienden mucho de turismo, y a veces ni español hablan, aprovechan la llegada de visitantes para ofrecerles una sesión para probar el Yopo. Antes, según Carlos, cobraban 15 mil bolívares por una sesión que no llegaba a un cuarto de hora. Ahora, quieren cobrar 10 mil bolívares por turista, lo mismo que cobran por cada persona que guinda una hamaca en sus campamentos. Tontos no son…

Ni en Ceguera ni en otro campamento contratamos al Shaman para que nos diera a probar el Yopo, pero cumplo con informarles que se trata de una planta cuyo nombre científico es Anadenanthera colubrina, pariente de la Anadenanthera peregrina, un árbol de la familia de las leguminosas, utilizada tradicionalmente por los indígenas de América del Sur con propósitos medicinales y shamánicos, siendo sus formas de ingestión bastante diversas, pues puede fumarse mezclada con tabaco, beberse ligada con chicha, o inhalarse con cañas o huesos de ave. La planta, además del uso ritual, tiene propiedades medicinales por sus propiedades astringentes debido a su alto contenido de taninos, por lo que se usa contra diarreas, y para sanar heridas y picaduras.


Hora de meterse en la hamaca. La cena había sido muy nutritiva. Era justo, pues ese día hicimos mucho ejercicio. El atardecer transcurrió lentamente. Esperábamos con ansias la aparición de la luna llena. Barriga llena, corazón contento. Prácticamente nos echamos sobre la arena, a orillas del río Autana y frente a una montaña sagrada cuyo perfil no se distinguía por la oscuridad. La luna salió para no decepcionarnos. Apenas se mostró unos pocos minutos, mientras iniciaba su rápido ascenso hacia el firmamento. Enseguida todo se tornó más oscuro. Ni una estrella en el cielo, sólo nubarrones que chocaban entre sí y hacían un ruido que asustaba. Comenzó la lluvia y terminó el encanto. O quizás comenzó otro…
Cada quien se fue a su hamaca con la sola compañía de sus pensamientos. Más que suficiente, ¿cierto?… Cada una de las 7 churuatas estaba repleta de gente. De hecho, fue el único campamento donde nos sentimos como en una metrópolis, asunto que distaba mucho de lo que verdaderamente deseábamos, pero todos teníamos el derecho a compartir el escenario. Extranjeros sólo había un alemán con su familia y un italiano, el resto era gente de Venezuela, y eso sí me complació mucho, pues quiere decir que el turista nacional está comenzando a apreciar este tipo de destinos.


Ya en mi hamaca no solté la linterna ni un segundo, ni aún dormida. Cada cierto tiempo la encendía, subía el mosquitero y chequeaba el nivel del río. Temía una inundación. Todos pensábamos en lo mismo, pues nuestra churuata estaba a escasos 5 metros de la orilla y uno nunca sabe, el río crece desaforado con semejante palo de agua. Nunca nos inundamos, aunque sí tuvimos que mover un par de hamacas, incluyendo la mía, para resguardarnos del agua que nos mojaba al llover “venteado”… Rayos, truenos y centellas nos acompañaron toda la noche, junto a los recuerdos de la reciente excursión al cerro Uripikä. Esa noche agradecí la oportunidad de aquel ascenso, pero juré no regresar. Una vez había sido más que suficiente. ¡Sobreviví!…


No queríamos pernoctar una noche más en Ceguera. El campamento era muy lindo, además estaba justo frente el Autana y eso era más que suficiente para apreciar aquel lugar, sin embargo, había mucha gente y eso no era lo que buscábamos. Así que decidimos recoger nuestros macundales y navegar por el río Autana siguiendo su curso, esta vez no en contra corriente, para irnos acercando al Orinoco ya de regreso. Ese día decidimos no caminar en la selva, estábamos cansados. Navegamos hasta la boca del río Sipapo. Eso nos tomó casi 3 horas sin parar.


Dos horas más adelante encontramos la comunidad de Pendare, donde hay una bodega que tiene de todo. Allí bebimos agua fría, compramos chiclets y utilizamos los servicios sanitarios, ¡un lujo después de varios días en la selva!...  Tienen alumbrado público, neveras y equipos de sonido, gracias a una planta eléctrica. Justo en Pendare hice fotografías de las casas que fabricó Malariología hace años para contrarrestar el problema de la incidencia del paludismo. Atrás de las casas se aprecian las churuatas construidas por el indígena, que jamás se ha acostumbrado a la vida en separado. O sea, una intervención infructuosa.



A pocos minutos de Pendare está el campamento Manaka. Resultó ser el más hermoso de todos donde estuvimos, aunque el menos frecuentado por turistas y visitantes, pues está a escasas dos horas de navegación hasta el puerto de Samariapo. Jaime, el dueño, vive cruzando el río Sipapo. Enseguida notó la llegaba de visitantes, envió a dos de sus hijos a controlar la situación. Llegaron en una mini curiara dos pequeñitos, una niña de escasos 6 años y un bebé de uno, si acaso… Seguramente están acostumbrados a esta práctica, pero no tuvimos la voluntad de dejarlos solos cruzando el río, pues a nuestro modo de ver las cosas, cualquier curiara, bongo o “voladora” podría ocasionar un accidente fatal. Así que cargamos a los niños en nuestro bongo, amarramos a éste la mini curiara y los llevamos de regreso a casa. La niña aceptó el gesto con resignación, pero el bebé lloraba desconsolado, imagino que pensando que no éramos gente buena. Con caramelos y galletas lo tranquilizamos. Eso siempre funciona.
Aquel campamento era de ensueño. Esa noche Carlos y Miguel prepararon la cena en el bongo, para no tener que bajar todos los peroles. Mientras tanto, Corina, Edilia y yo hicimos una pequeña fogata con palos secos, con cuyo fuego tostamos unas salchichas a modo de aperitivo. Sentadas en un banco de madera, una al lado de la otra, todas tres viendo al horizonte comenzamos a planificar cuál sería nuestro próximo destino en la selva. Hablamos del Lago Leopoldo. Sería emocionante, lo tengo en mente, sí señor…

Amaneció y ¡qué amanecer! Cámara en mano, aún sin tan siquiera cepillarme los dientes, tomé unas fotografías antes que terminara de despuntar el sol y se desdibujara aquella maravilla. Luego desayunamos, recogimos parte del campamento para tener todo listo y nos fuimos cuesta arriba hasta el mirador desde donde llegaríamos al Pozo Manaka. Es decir, no me perdería el paseo que había obviado la tarde anterior. La ruta es muy simple, 10 minutos caminando por la selva y otros 10 minutos tratando de no rodar sobre la resbaladiza laja mojada. Por eso Carlos, el guía, se reía cuando le preguntamos cuánto tiempo tardaríamos hasta llegar al sitio. Nos decía 20 minutos Piaroas y una hora caraqueña. Sin embargo, y a pesar de lo resbaladizo de la laja, hicimos los 20 minutos Piaroas.


Regresamos al campamento y terminamos de recoger lo que aún quedaba sin ordenar. Embarcamos cerca del mediodía e iniciamos el viaje de regreso. Apenas restaban 2 horas hasta Samariapo, sin embargo, hicimos una nueva parada. Esta vez fue en la Cascada El Caldero, una belleza que vale la pena disfrutar. Allí almorzamos. En una hora más llegaríamos a destino.
Del campamento Manaka me traje mi souvenir. Se trata de una escoba usada pero en muy buen estado, elaborada por la esposa de Jaime con la liana de nombre Mamure. Incapaz de cargar con aquel souvenir sin pagar, le pedí a Carlos que le explicara a la hija de Jaime, no la pequeña de 6 años sino una mayorcita, que me la vendiera. Ni idea de cómo negociaron pues nada entiendo de su lengua nativa, pero lo cierto es que el negocio se cerró por 5 mil bolívares. A la esposa de Jaime le tocaría  fabricar otra escoba!!!

A las 3 y media de la tarde llegamos a Puerto Samariapo. Allí estaba Henry Jaimes esperándonos para llevarnos a Puerto Ayacucho, adonde pernoctamos en un hotel con cama y colchón, aire acondicionado y agua caliente. Ah, y televisor, por supuesto. En Puerto Ayacucho fuimos a la Plaza de Los Parientes, que ya no es la misma de años atrás, pues ahora los indígenas le venden a los comerciantes, muchos de ellos peruanos, y son éstos los que muestran la cara. Claro que se ve algún que otro indígena, como el Piaroa y el Panare.


El misterioso Lago Leopoldo

NO DOY FE DE ELLO, pero Carlos Silva, el guía Piaroa, asegura haber sido el pionero en visitar el Lago Leopoldo, que supuestamente toma el nombre del Rey Leopoldo de Bélgica.

Cuenta que un dia llegó un norteamericano a Amazonas buscando un buen guía. Carlos se pone a la orden, y el extranjero le explica que de acuerdo a unas imágenes satelitales, en tal sitio hay un lago y él quiere llegar allí. Eso fue en marzo de 1996. Entonces, caminaron infructuosamente. El norteamericano se marchó a Estados Unidos y dos meses más tarde regresó con datos más concretos. Carlos lo acompañó de nuevo, y en esa ocasión sí legaron al lugar; sin embargo, no bajaron hasta el lago, aunque sí le tomaron fotografías.

Un tiempo después, un grupo de investigadores de la USB contactó a Carlos para que los llevara al Lago Lepoldo. Alguien les comentó de la laguna y por eso se animaron… Dicen que a la tercera va la vencida, y así fue en el caso de esta expedición. Fue entonces cuando Carlos tocó el agua del Lago Leopoldo por primera vez. Los investigadores llevaron muestras de agua y flora para su estudio.

LA RUTA

De Puerto Ayacucho a Samariapo 60 km por tierra. De allí en voladora 20 minutos por el Orinoco hasta el Sipapo y de allí hasta la boca del Autana, hora y media más. De allí hasta Laguna de Mapuey, 15 minutos más. Allí se pernocta la primera noche…

De allí en voladora 15 minutos hasta Caño de Manteco y luego hasta Raudal Merey dos horas más… Allí se levanta campamento improvisado, donde el único visitante puede ser un “camisa rallada".

El tercer día se sale a caminar a eso de las 8 y media de la mañana durante 4 horas hasta Caño del Zorro, donde está la base del Lago Leopoldo. Se pernocta en campamento improvisado. El Caño El Zorro recibe ese nombre de Carlos, pues la primera vez que él estuvo allí vio un zorro bebiendo agua a la orilla del río…

Al cuarto día, en la mañana comienza el ascenso suave por la selva durante hora y media. Es selva baja y no hay árboles altos. Se llega a una piedra desde donde se ve el lago Leopoldo, pero hay que bajar 400 metros para llegar al sito y bañarse en sus aguas…La bajada es muy empinada, pero no se siente vacío porque hay árboles de dónde asirse. Es selva alta. Se toma 15 minutos Piaroas para bajar, no sé cuánto tiempo en caraqueño…

Se llega al Lago Leopoldo, se dejan las mochilas, y justo al lado de la playita está la cueva donde se arma el campamento. El resto es disfrute y el viaje de regreso…

La excursión toma 6 días. Máximo 5 personas, más Carlos y 2 porteadores, pues hay que llevar campamentos, comida, agua y demás.

CARLOS SILVA autana890@hotmail.com  



Hermosa excursion... ¡Hasta la vista!!!