viernes, 28 de enero de 2011

Kavak ¡Una grieta en el Auyantepuy!

Hace algún tiempo tuve el privilegio de conocer, disfrutar, recrearme y todas esas cosas buenas, en un lugar espectacular que rompe el molde del imponente Auyantepuy. Su gruta KAVAK o Kavak Yeutá en lengua Pemón.


Ojalá todos los venezolanos, especialmente los más aventureros, tuvieran la disponibilidad de tiempo, y por supuesto de dinerito, para darse una vueltica por ese mágico escenario natural, aunque reconozco que llegar a Kavak no es así de facilito, pues hace falta disponer de un pequeño avión contratado, rentado, alquilado o prestado… Este último fue mi caso, gracias al amigo Teodoro Pascalides y su piloto José Montelongo, quien por cierto es muy ducho en las artes del vuelo.


Para iniciar esta aventura partimos desde el hangar del aeropuerto de Ciudad Guayana, en busca del Olimpo de los Dioses Arekunas, la Montaña del Infierno o la Montaña del Diablo, según se traduzca al español el vocablo indígena Aiyantepuy, para nosotros Auyantepuy, en cuya cima se levanta la casa de los Mawariton, que son los espíritus malignos, y el hogar de Traman-chitá, el ser Supremo del Mal. Por supuesto, eso es lo que cuenta una leyenda Pemon difícil de aceptar, si tomamos en consideración que tanta belleza junta no podría albergar en su seno ni un ápice de maldad. Pero en fin, leyenda es cultura y tradición, y eso se respeta!


El Auyantepuy es un espectáculo natural impresionante, magnánimo, que tiene 700 kilómetros cuadrados de superficie. O sea… Su altura, en el punto más elevado, es de 2560 metros sobre el nivel del mar, y sus atractivos son innumerables. El Salto Ángel es tal vez el principal, por tratarse de la caída de agua más alta del mundo. Otros sitios de interés alrededor del Auyantepuy son el Valle de las Mil Columnas, El Mono y El Dinosaurio de Piedra, los saltos Cortina y Churún, y por supuesto, Kavak y su magnífica gruta, a la que insisto en llamar grieta, pues de algún modo de eso se trata.

Cuando uno sobrevuela un tepuy, además de sentir la profunda emoción de estar muy por encima de la copa del árbol más alto, y mucho más cerca del cielo que del suelo, se observan como en miniatura interminables extensiones de bosques y sabanas, un montón de rocas que escupen agua fresca desde sus entrañas, y grietas profundas que de arriba abajo separan aquella mole enorme, imprimiendo al escenario un encanto verdaderamente especial. Revela, además, un mundo lleno de misterios, diría yo!



Podría decirse que íbamos tan lento como entierro de pueblo, porque a cada paso nos deteníamos a observar las piedras del camino, y sus formas y colores tan variados. En una bolsita de plástico fui recolectando algunas negras azabache, otras verdes, rosadas y anaranjadas, y hasta una que otra transparente. ¡Toda una hermosura! El guía estaba impaciente por llegar a la grieta, pero creo que en este tipo de paseos, el trayecto hay que beberlo en pequeños sorbos para disfrutar de cada detalle, por minúsculo que parezca.


Sin embargo, como no íbamos a pernoctar en Kavak, pues volaríamos a Canaima a las 3 de la tarde, no tuvimos otro remedio que acelerar el paso hasta llegar a Kawaikayen, un salto de agua pequeño y muy hermoso, a partir del cual el escenario comenzaba a cambiar con cierta rapidez. A cada paso el camino se hacía más estrecho y difícil de andar. El cauce de agua estaba bien nutrido porque había estado lloviendo, y era necesario caminar sobre este sorteando las piedras.


Las paredes del Auyantepuy se alzaban cada vez más alto hasta alcanzar los 150 metros, mientras a cada zancada se acercaba la una a la otra como queriendo encontrarse frente a frente. ¡Es impresionante! Mojarse era obligado, por eso fue bueno atender la recomendación del guía de vestir sólo traje de baño, llevar pocas cosas en el morral y proteger los equipos de fotografía envolviéndolos en bolsas de plástico.

De pronto, llegamos a un lugar extraordinariamente hermoso llamado Kawaiköden, donde cruzamos de una orilla a la otra del río. El agua es helada, las rocas peligrosamente resbaladizas y la corriente traicionera. Por eso, es necesario echarle mano a las cuerdas que los indígenas han colocado entre un paso y otro para llegar a la Gruta de Kavak, la cual adquiere su nombre de una palma que abunda en la zona y que sirve a los indígenas para fabricar sus cerbatanas.




A medida que se multiplican las cuerdas, y el paso a nado se hace obligado, las dos enormes paredes de roca reducen la distancia entre ellas, verdaderamente intimidando a los intrusos, porque de verdad que ya en ese punto se siente uno un  intruso… Luego de algunas peripecias y después de salvar ciertos obstáculos, llegamos a la antesala de un escenario de película que, lamentablemente, no puedo mostrar abiertamente en fotografías, pues sencillamente en ese punto la bolsa de plástico para proteger la cámara de nada servía y tuve que dejarla reposando sobre una piedra. Describir aquella maravilla natural tampoco es fácil. No existen las palabras adecuadas en el diccionario, tan sólo un montón de emociones que le hacen sentir a uno la grandeza del Universo y la vulnerabilidad del ser humano.



Ya en la antesala de la grieta era de rigor cumplir el objetivo en su máxima expresión y descubrir que me esperaba un poco más allá... Seguí nadando contra corriente, por supuesto sin soltar jamás la cuerda, hasta llegar al Salto Yuwan, una fuente de agua que brota de arriba hacia abajo con una fuerza indescriptible desde el borde superior de la roca enorme, cuidando de no colocarme justo debajo del chorro más fuerte, pues con sus 20 metros de caída libre es un verdadero peligro para los sesos de cualquier cristiano, y ateo también…
Según otra leyenda Pemon, no hubo ancestro que sobreviviera a la maldad de los demonios que custodiaban Kavak Yeutá… Efectivamente, es tan sólo una leyenda, pues acá estoy terminando de contarles sobre uno de los escenarios naturales más hermosos de Venezuela.

Y como nuestra Madre Natura es tan regalona, en el trayecto de regreso al pueblo para abordar la avioneta rumbo a la comunidad de Canaima, nos topamos con otra maravilla, el Tewanarempa o el Salto Avispa. Ah! lo de Avispa porque sus finitos salpicones de agua puyan como si fueran aguijones…


¡Hasta la vista!

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